Todos somos Chiapas - José Saramango

José Saramango - Todos somos Chiapas

(Artículo escrito en primera persona por José Saramago, resultado de sus impresiones recogidas durante su viaje a Chiapas, con motivo de los disturbios que enfrentaron a la población indígena con el gobierno mexicano, y publicado en La Revista del diario español El Mundo).

He visto el horror. No el que hemos observado en lugares como Bosnia o Argelia. No. Éste es otro tipo de horror. Estuve en Acteal, en el mismo lugar de la matanza... escuchando a los supervivientes. Es difícil expresar lo que se siente cuando uno sabe que se encuentra con los pies sobre el mismo lugar donde hace tres meses asesinaron a estas personas.
Me imaginaba la escena... La gente tratando de escapar... los paramilitares disparando a discreción... las mujeres y los niños gritando, huyendo entre la maleza... el lamento de los heridos...

En Chiapas se vive una situación de guerra o una ocupación militar, que al final es casi lo mismo. No es una guerra en el sentido común, con un frente y dos partes confrontadas. Yo nada más he visto una parte confrontada: el Ejército y los paramilitares. La otra parte, las comunidades indígenas, no están enfrentándolos, no tienen medios. Están rodeados, no tienen comida ni agua... Viven en condiciones infrahumanas. Son casi campos de concentración. No los reunieron allí a la fuerza, es cierto, pero cuando huyeron a esos lugares (se refiere a los campos de refugiados) los rodearon los paramilitares y el Ejército. Entonces esos campamentos se convirtieron en una especie de campo de concentración.

Si alguna vez hubo en la historia de la humanidad una guerra desigual, no la hubo nunca como ésta. Es una guerra de desprecio, de desprecio hacia los indígenas. El Gobierno esperaba que con el tiempo se ¡acabaran! todos, simplemente eso.

Pero ellos sobreviven, alimentándose de su propia dignidad. No tienen nada, pero lo son todo. Enfrentan la guerra con ese estoicismo que me impresionó tanto, un estoicismo casi sobrehumano que no aprendieron en la universidad, que consiguieron tras siglos de humillación. Han sufrido como ninguno y mantienen esa fuerza interior, una fuerza que se expresa con la mirada... La mirada de ese niño al que le han destrozado para siempre la vida... (Saramago conoció al pequeño de cuatro años Gerónimo Vázquez al que los paramilitares amputaron cuatro dedos en Acteal) Es algo que no se me borrará jamás de la memoria... Las miradas serias, severas, recogidas de las mujeres, de los hombres... son algo que está por encima de todo. Los indígenas no tienen nada, pero lo son todo. ¿Cómo es posible que después de tanto sufrimiento ese mundo indio mantenga una esperanza? ¿Cómo puede sonreír ese hombre de Polhó que nos acaba de decir "mañana puede que nos maten a todos, pero bueno, aquí estamos"? Es algo que no alcanzo a entender.

En Chiapas encontré un mundo que no comprendo. El mundo indio es un mundo donde el europeo no puede entrar fácilmente. Es como si me asomara a una ventana que da a otro mundo y, aunque lo tengo enfrente, no lo puedo entender.

También descubrí otra realidad, la de un territorio ocupado militarmente. Un territorio donde los paramilitares y el Ejército son la uña y la carne juntas. Por una razón muy sencilla: de no ser así, los paramilitares no podrían haber hecho lo que hicieron y lo que siguen haciendo. Yo vi camiones del Ejército transportando a civiles que seguro no viajaban allí por la amabilidad de los militares. Minutos después de que abandonáramos Acteal hubo un acto de intimidación e hicieron hasta 30 disparos al aire. Esto sólo puede ocurrir si el Ejército da su bendición. Nada más fácil para el Ejército que identificar a los paramilitares y desarmarlos.

Me parece esquizofrénico que el Congreso pueda estar debatiendo una ley (el Proyecto de Ley sobre Autonomía Indígena propuesto por el ejecutivo) supuestamente para resolver los problemas de las comunidades indígenas, como si fuera una ley normal, en situaciones normales para objetivos consensuados, cuando al mismo tiempo hay miles de desplazados que no pueden volver a sus tierras, con miedo a ser asesinados, mientras hay una ocupación militar clara en el territorio de Chiapas. Y mientras los paramilitares se pasean tranquilamente y hacen lo que quieren.

¿Cómo es que no se empieza por pacificar la situación para después discutir una ley donde participen todos los sectores y todas las comunidades?

Todo se ha hecho sometiendo a los indios de Chiapas a una presión incalificable y esto no puede llamarse humanidad.

El pueblo de México tiene que reclamar a su Gobierno una paz justa y digna. Yo no puedo, sólo soy un escritor extranjero acusado de injerencia. El pueblo mexicano no puede quedarse parado, dejando que los gobernantes lo decidan todo, hay que bajar a la calle... no estoy pidiendo un levantamiento sino simplemente que las conciencias se manifiesten... estoy pidiendo una insurrección moral, desarmada, étnica...

Acteal es un lugar de la memoria que no puede de ninguna manera desaparecer. Sabemos lo que ocurrió y no lo queremos olvidar. Chiapas es el cuerpo de México. La sociedad civil debería admirar no sólo a los indios sino a los que se levantaron para defender a esos mismos indígenas.

De Chiapas me llevo no sólo el recuerdo, me llevo la palabra misma... Chiapas... La palabra Chiapas no faltará ni un solo día de mi vida. Si tenemos conciencia pero no la usamos para acercarnos al sufrimiento ¿de qué nos sirve la conciencia? Volveré a Chiapas, volveré".

Transcripción de Javier Espinosa
(Declaraciones concedidas a LA REVISTA por José Saramago (Portugal, 1922) en México DF tras su viaje a Chiapas el 14 y 15 de marzo. En su visita conversó con los supervivientes de la matanza de Acteal en el lugar de la masacre, recorrió después el campo de refugiados de Polhó y hasta se acercó al campamento militar de Majomut, sito en las inmediaciones del asentamiento indígena).

En la gestión de Zedillo no se hizo justicia, afirma el obispo Samuel Ruiz García

En la gestión de Zedillo no se hizo justicia, afirma el obispo Samuel Ruiz García
En el crimen de Acteal se busca negar la responsabilidad del Estado y el Ejército
El Centro Fray Bartolomé documentó y denunció la existencia de paramilitares, sostiene
La Jornada / Gabriel León Zaragoza

El obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz García, afirmó que durante el sexenio de Ernesto Zedillo “no se investigó” con seriedad la matanza de Acteal, en el estado de Chiapas. Desde entonces, agregó, se ha pretendido “negar la responsabilidad que tuvieron las fuerzas del Estado y el Ejército”, y omitir la autoría intelectual del ex mandatario en el crimen de lesa humanidad contra los tzotziles. Consideró que el resultado de la indagatoria de esa administración quedó “muy al margen de lo que en realidad sucedió”.

Acerca del debate que se ha dado sobre la revisión de los hechos que cobraron la vida de 45 indígenas chiapanecos, Samuel Ruiz afirmó en entrevista que “da la impresión” de que el Estado echó a andar una maquinaria para borrar la historia, porque “se ha visto que hay una complicidad en marcha, porque detrás de este articulista está alguna indicación oficial. No se ve otra intención”.

Consideró que la actual administración federal carece de determinación para alcanzar la verdad sobre las ejecuciones en Acteal, y “lo que estoy viendo es que hay una complicidad, porque se quieren borrar los hechos en lugar de que se haga una investigación a fondo”.

–A 10 años de los hechos, ¿cómo debe mirarse la masacre de Acteal?

–Un crimen lo es a 10 años o a 20, lo grave es que no se ha hecho justicia y que recientemente alguien trata de borrar los acontecimientos y las reflexiones sobre lo sucedido. La masacre no ha tenido una investigación a fondo. Y parece que con el artículo publicado pierde calidad el periodista que lo escribió, tratando de negar acontecimientos que están a la mano.

“He dicho que un crimen no deja de ser un crimen, que no se ha castigado adecuadamente y con ese artículo se ve claramente que hay intentos y complicidad de no continuar investigación alguna. Por el contrario, se pretende decir que los hechos no sucedieron.”

–¿Qué respuesta espera del gobierno federal en el décimo aniversario de la matanza de Acteal?

–Nada, porque se ve que no hay justicia. Sin embargo, espero que haya el reconocimiento de los hechos, la investigación adecuada y el castigo de los responsables.

–¿El Estado echó a andar una maquinaria para borrar los hechos?

–Da la impresión.

–¿Quién podría estar interesado en que no se conozca la realidad?

–Eso sería cuestión de preguntarle al periodista: ¿quién le dijo que escribiera?

–El ex presidente Ernesto Zedillo dijo en España que los hechos de Acteal se investigaron con seriedad.

–No se investigó. Las indagaciones no fueron suficientes o quedaron escondidas, porque los verdaderos responsables quedaron ocultos. Inclusive él no deja de aparecer como responsable, puesto que estuvo al tanto de las cosas. Se ve que hay una complicidad en el asunto y que se quiere negar la responsabilidad que tuvieron las fuerzas del Estado y el Ejército.

–¿Comparte la opinión del obispo Raúl Vera?, quien dijo que el autor intelectual de la masacre de Acteal fue el ex mandatario, al que acusó de cometer un crimen de lesa humanidad.

–No sólo la comparto, lo dije antes.

–¿Qué personajes estarían pendientes de ser investigados?

–Le toca al Estado decirlo, pero evidentemente son los que formaban parte de la estructura oficial.

–¿Hará un llamado al gobierno calderonista para que retome las investigaciones?

–No va a hacerlo. Lo que estoy viendo es que hay complicidad. Quieren borrar los hechos en lugar de hacer una investigación a fondo.

–¿Ratifica que fue un crimen de Estado?

–Lo he dicho, basta investigar y ver las comunicaciones que se hicieron.

–¿Qué espera de la denuncia interpuesta ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos?

–Que haya alguna comunicación al Estado mexicano y que éste dé respuesta.

–¿Qué elementos tuvieron en su momento para señalar la existencia de grupos paramilitares?

–Lo de Acteal fue como la acción 22 y fue la más representativa. El Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé lo documentó, y en su momento denunció su existencia, entrenados por el Ejército.

REPORTAJE / A diez años de Acteal - Hermann Bellinghausen -

El origen: múltiples episodios de un plan contrainsurgente
Ninguno de los encarcelados ha sido sentenciado como paramilitar

La Jornada - Hermann Bellinghausen

Acteal marcó la historia y la imagen de México ante el mundo de manera indeleble. La masacre no fue un hecho aislado. Antes y después de aquel 22 de diciembre, en el Chiapas indígena se han sucedido ataques directos de paramilitares, tropas regulares o policías contra comunidades y familias bases de apoyo zapatistas, así como de otras organizaciones fuera del espectro gubernamental. Muertes, quema de casas, despojos de cultivos y tierras, desplazamientos, agresiones fratricidas.

Como hizo desde el 1º de enero de 1994 al ocurrir el levantamiento zapatista, La Jornada cubrió puntualmente los hechos violentos que se fueron sumando en diversas regiones y municipios: Sabanilla, Tila, El Bosque, Ocosingo, Chilón, Pantelhó, Chenalhó. Corresponsales, enviados, fotógrafos, incluso analistas desde el lugar de los hechos fueron con frecuencia testigos de decenas de episodios en apariencia aislados que trazaban la ruta de una estrategia de contrainsurgencia y potencial guerra civil.

Al mismo tiempo, decenas de reporteros y articulistas documentaban los ires y venires desde el centro político. Las declaraciones y acciones del gobierno federal, el Congreso, los empresarios, la Iglesia católica. Y también la sociedad civil, los organismos de derechos humanos, la academia. Por lo demás, La Jornada continuaba con el seguimiento del movimiento zapatista.

Alzamiento indígena

En las páginas de este diario se fue registrando un proceso social, político y cultural que con la masacre de Acteal enfrentaría un terrible baño de sangre. Y por donde más dolía: entre hermanos de pueblo. Lo que en 1994 había sido una declaración de guerra y un alzamiento indígena contra el gobierno del país se fue convirtiendo en una “guerra civil” permitida, propiciada, construida, forzada incluso por instancias gubernamentales. Antes de ella, las comunidades rebeldes y las oficialistas convivían en paz. La rebelión de unos no era contra los otros.

Hubo lugares donde la confrontación inducida “prendió”. Con programas sociales, educativos y productivos, con adoctrinamiento y control de la “población leal” al gobierno y al Ejército Mexicano. Primero en el territorio chol de la zona norte, donde la organización priísta Paz y Justicia intensificó desde 1995 una ofensiva contra la población zapatista y la “sociedad civil” de variable filiación perredista. Costaría decenas de muertes, incontables emboscadas, saqueos, violaciones, miles de desplazados. Primero Sabanilla, Tila y Tumbalá. Luego Chilón. A partir de 1997 se expandió a Chenalhó.

Aún duele decirlo, pero la matanza de Acteal pudo evitarse. Las señales eran abundantes y se hicieron públicas de múltiples maneras. Como escribió aquí Fernando Benítez el 27 de diciembre de 1997: “¿Qué más decir, si han sido inútiles los numerosos artículos que he escrito en defensa de los indios, así como los de mis colegas de La Jornada y de muchos otros periódicos? Parecen inútiles las palabras”.

Hay que recordar que en los días posteriores a la masacre se realizaron protestas y actos multitudinarios en más de 100 países, la mayor manifestación global hasta entonces, antes de las grandes movilizaciones internacionales contra la globalización y la guerra imperial. Se demandaba justicia al gobierno mexicano, y un alto a la guerra de baja intensidad, que oficialmente no existía. De hecho, nunca ha “existido”. Como jamás existieron oficialmente grupos paramilitares. Ni entonces ni ahora. No obstante, han pisado la cárcel con diversa fortuna miembros y dirigentes de Paz y Justicia, los Chinchulines, el “grupo de autodefensa” de Chenalhó, y más recientemente la Organización para la Defensa de los Derechos Indígenas y Campesinos (Opddic).

Todos tienen en común ser priístas o de partidos afines, y vinculados in situ con el Ejército, pero ninguno ha sido sentenciado como paramilitar. Sólo los procesados por los hechos de Acteal pagan cárcel por participar en acciones armadas contra otros indígenas. Y esto, porque llegaron demasiado lejos y fueron capturados casi con las manos en la masa. El escándalo mundial fue inmenso, alguien tenía que pagar. Como siempre que las cosas se le complicaban al gobierno, alguien serviría de fusible. Acteal “costó” mucho: un secretario de Gobernación, un comisionado para la paz del gobierno federal, un gobernador y sus colaboradores; fueron procesados un general retirado (director de la policía auxiliar y coordinador de asesores de Seguridad Pública del estado), algunos mandos policiacos y decenas de indígenas “autoarmados”. Allí se cortaba la correa de transmisión. Antes de irse, el titular de Gobernación, Emilio Chuayffet, alcanzó a remachar: “No se puede culpar al gobierno, ni siquiera por omisión”. El Ejecutivo y el PRI se deslindaron, condenaron enérgicamente la violencia, abrieron (y cerraron) investigaciones, y siguieron tan campantes.

Vayamos un poco más atrás. Desde 1995 el gobierno de Ernesto Zedillo fue extendiendo en la entonces llamada “zona de conflicto” el fenómeno de la paramilitarización de comunidades, simétrica a la masiva ocupación militar decretada el 8 de febrero de ese año, cuando el gobierno salió a la caza de la comandancia zapatista, lanzó una ofensiva de tropas en la selva Lacandona, la zona norte y los Altos, y prácticamente ocupó las comunidades.

Con ello, el Ejecutivo quebrantaba su palabra, una oferta de diálogo hecha al EZLN poco antes de la ofensiva, mediante el secretario de Gobernación, Esteban Moctezuma, y la subsecretaria Beatriz Paredes. Ese encuentro abortado quiso funcionar como carnada para capturar a la comandancia rebelde. Desde entonces, los zapatistas llaman a aquello “la traición de Zedillo”. No sería la única. Otra más cancelaría las negociaciones de paz (que no se han vuelto a concretar) al incumplir los acuerdos de San Andrés, firmados en febrero de 1996 por los representantes del gobierno federal y directamente aprobados por el secretario Chuayffet. Su antecesor Moctezuma había dejado el cargo un año atrás, a raíz de su “negociación” desfondada por el propio presidente.

Se fueron sucediendo episodios diversos, algunos de envergadura. Los gobernadores priístas de Chiapas caían uno tras otro, antes y después de las elecciones de 1994, oficialmente “ganadas” por el candidato del PRI, Eduardo Robledo Rincón, en un ambiente de fraude e imposición. El presunto perdedor, Amado Avendaño, tras sobrevivir a un atentado que lo dejó en silla de ruedas varios meses, se convirtió en “gobernador en rebeldía” con el apoyo del PRD, las organizaciones independientes, la sociedad civil y el EZLN. Robledo dejaría el cargo en pocas semanas, y lo sustituyó Julio César Ruiz Ferro, ex funcionario federal que desconocía por completo la entidad. Su mandato, que culminó abruptamente con la matanza de Acteal, fue pasivo y obediente a una política trazada desde arriba.

El verdadero “gobierno” de Chiapas lo ejercía el Ejército; la administración ruizferrista colaboraba o dejaba hacer. Como jefe militar en la zona de conflicto fungía desde 1995 el general Mario Renán Castillo Fernández, quien así llegó a ser un “jefe de ejércitos”, algo que hasta entonces sólo podía ser el secretario de Defensa Nacional, a la sazón el general Enrique Cervantes Aguirre. Remplazado por el general José Gómez Salazar, Renán Castillo dejaría el cargo el 16 de noviembre de 1997, a sólo cinco semanas de Acteal. Durante su periodo se larvó y auspició una estrategia deliberada, basada en los manuales de contrainsurgencia del Pentágono y el propio Ejército, para “quitar el agua” al “pez revolucionario”, adaptando procedimientos probados en Vietnam y Guatemala.

Mes y medio antes de la tragedia, los investigadores Andrés Aubry y Angélica Inda recapitulaban: “La colaboración de los políticos con la ‘guerra irregular’, mexicanización semántica del conflicto de baja intensidad, hace resurgir ante nuestros ojos un nuevo actor, el paramilitar”.

Aubry e Inda señalaban (La Jornada del Campo, 29 de octubre de 1997): “A partir de 1995 se probó en la zona norte (chol) de Chiapas, que ha sido el laboratorio donde se ensayó con la desorganizada organización campesina llamada Paz y Justicia, que no sirve para una cosa ni la otra. Luego, afinado el modelo, se extendió a la zona tzeltal con Los Chinchulines. Escurrió después a la zona tzotzil, Chenalhó y su paraje Los Chorros, su escenario actual sin haber cobrado (¿o revelado?) su nombre”. No tendría tiempo de revelarlo.

Camino del abismo

¿Cuándo empieza el “camino” que desembocó en el abismo de Acteal? Pudo ser aquel 8 de febrero de 1995. O el 19 de agosto de 1996, con el asesinato de seis jóvenes de Chenalhó en las simas de Chixiltón, “hecho aislado” que la prensa local atribuyó a “brujería”, y que marcaría el debut de la violencia antizapatista en el municipio tzotzil. O bien el 22 de mayo de 1997, cuando miembros del PRI quemaron nueve casas de familias zapatistas en Las Limas Chitamucum, Pantelhó, muy cerca de Chenalhó. Según informaba La Jornada (23 de mayo), “85 indígenas tuvieron que huir”. ¿O fijamos el principio al día siguiente, 24 de mayo, cuando el profesor Cristóbal Pérez Medio, representante del municipio autónomo, fue asesinado por priístas armados en Unión Yaxjemel mientras se dirigía a negociar con ellos la liberación de los primeros zapatistas rehenes? El clásico “maten al mensajero”. El gobierno nunca investigó. El cráneo y el cuerpo del maestro aparecerían por separado cuatro meses después, cuando la suerte de Chenalhó estaba echada.

En Chenalhó, los primeros hechos que derivaron en el baño de sangre
La negativa al diálogo garantizó la vía paramilitar


En mayo de 1997 emergen en Chenalhó los primeros acontecimientos, larvados desde meses atrás, que concluirían siete meses después en la hondonada de Acteal con la ejecución de 45 personas pacíficas e inermes, mujeres y niños la mayoría.

El hecho más grave ese mes fue el asesinato de Cristóbal Pérez Medio, el día 24 en Unión Yaxjemel, cuando un grupo de priístas emboscó a una comisión del municipio autónomo de Polhó que se dirigía a negociar la liberación de tres campesinos zapatistas capturados y encarcelados en Yaxjemel. Mientras los responsables de la balacera minimizaron los hechos e insistieron débilmente en que los zapatistas pretendieron agredirlos, el concejo autónomo manifestó que el día 18 fueron “detenidos” tres bases zapatistas por negarse a “pagar” 75 pesos para una presunta brecha que ellos no aprobaban: “Los amenazaron que si no cooperaban los iban a ‘despachar’, y ellos dijeron que no, aunque los mataran no iban a cooperar porque la brecha sólo beneficiaba a los transportistas” (La Jornada, 25 de mayo).

Liberados y vueltos a apresar

Los tres indígenas pasaron dos días presos, fueron liberados por gestión del concejo de Polhó, y 48 horas después, tras reunirse priístas de siete comunidades en Yaxjemel, donde eran minoría, los volvieron a aprehender. “A dos los metieron en un horno y otro estaba amarrado a un poste”. Los autónomos demandaron su liberación al presidente municipal oficial sustituto de Chenalhó, Jacinto Arias Cruz, del PRI.

El 24 salió de la cabecera municipal autónoma una comisión de 16 personas para tal encuentro; la encabezaba el profesor Pérez Medio. Cuando llegaron a Yaxjemel, “la comunidad estaba rodeada por unos 500 del PRI y los recibieron a balazos”. Pérez Medio fue capturado al momento y ejecutado allí mismo, pero su cuerpo desapareció y a partir de entonces los priístas negarían sistemáticamente el hecho. Dos autónomos más resultaron heridos, Fidencio Guzmán Arias y José Pérez Arias.

Ocupada la comunidad por los priístas armados, unas 350 personas tuvieron que abandonar sus viviendas. El concejo de Polhó declaró al día siguiente: “La persecución se ha extendido, también compañeros de Yabteclum, Puebla y Naranjatic Alto salieron de sus parajes porque no quieren enfrentarse entre hermanos”. Desde entonces arreciaría el fenómeno de los desplazados en Chenalhó. Al principio fueron de todos los grupos involucrados, pronto serían sólo zapatistas y miembros de Las Abejas. Llegarían a ser más de 10 mil; miles siguen fuera de sus poblados 10 años después.

La autoridad municipal autónoma acusó al edil Arias Cruz de “provocar a los zapatistas porque dice que los va a acabar. Él fue quien les dio las armas a los del PRI, e incluso los compañeros dicen que los que los emboscaron eran policías de Seguridad Pública (SP) vestidos de civil”.

Dos días después, el corresponsal de La Jornada fue a Yaxjemel y encontró “una comunidad fantasma” en manos de la minoría priísta, cuyos miembros aseguraron ser ellos los agredidos (La Jornada, 28 de mayo), lo que nunca se pudo demostrar. Un simpatizante del gobierno en la vecina comunidad de Yibeljoj mencionó: “Mis compañeros del PRI me dijeron que hay tres o cuatro muertos de los ‘contrarios’ (zapatistas), tirados allí en el monte, pero nadie los ha visto. Mis compañeros vieron que los ‘contrarios’ iban por la montaña el sábado al mediodía, y como al acercarse tuvieron miedo que los atacaran, pues les dispararon y allí se armó la balacera” (que vino de un solo lado: nunca se probó lo contrario).

Dos kilómetros más adelante, en la colonia Puebla, los reporteros encontraron unos 2 mil priístas de Yaxjemel y Poconichim, refugiados “en espera de que el gobierno estatal envíe a la SP para que los defienda”. La noche del 26 la SP había entrado a Puebla y rescatado al zapatista Antonio Pérez Pérez, detenido por negarse a cooperar con los priístas para el mismo camino que atizó el problema de Yaxjemel (proyecto personal del alcalde priísta, originario de Puebla y cacique del transporte). Los refugiados priístas negaron haber visto “contrarios” muertos, mientras ellos no tuvieron ni siquiera heridos. El gobierno del estado negó los hechos.

El consejo autónomo sostuvo que el ataque había sido ocasionado por los priístas para justificar la entrada de la policía y el Ejército Mexicano, “con el fin de ir ganando terreno y cercar más a los zapatistas para que se rindan”. Ya se habían producido agresiones contra rebeldes y simpatizantes en Yabteclum, Puebla, Chimix y especialmente en Las Limas Chitamucum, en el vecino municipio de Pantelhó, pero por los mismos grupos del PRI y el llamado Partido del Frente Cardenista; éstos, después de repetidas amenazas, el 22 de mayo dispararon contra la población, quemaron nueve casas, expulsaron a 85 personas y capturaron a Alberto Gutiérrez Núñez y Mateo Hernández Sánchez, quienes participaban en el municipio autónomo (La Jornada, 23 de mayo).

El concejo autónomo de Polhó denunció el día 27 que los priístas de Yaxjemel amenazaban a los 534 zapatistas desplazados “con no dejarlos regresar” al poblado. El día 28 el concejo expresó su disposición a negociar con los priístas, pero también exigió “que apararezca Cristóbal Pérez Medio”. Ese día estaba anunciada una visita del agente del Ministerio Público (MP) a Yaxjemel “para verificar si realmente hubo un muerto” (La Jornada, 29 de mayo), pero no llegó. En cambio, 70 policías se apostaron en Puebla para “proteger a los refugiados priístas” que los habían mandado llamar.

Esto aumentó los temores de los autónomos, quienes previeron nuevos ataques “ahora que la policía ya los está protegiendo” (a los priístas), mientras éstos señalaban: “La situación está más tranquila porque nos sentimos más seguros”. Por entonces arreció la persecución contra zapatistas en Yabteclum, Chimix, Poconichim, Naranjatic Alto. Desde la colonia Los Chorros (bastión oficialista, cardenista y priísta) y el ejido Puebla comenzaron a difundirse las amenazas contra los autónomos.

Mesas de diálogo

La Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa), compuesta por diputados y senadores federales, convocó a una “reunión urgente” por la “preocupante” intensificación de la violencia en Chiapas y el hecho de que no se instalaron unas mesas de diálogo anunciadas por el gobierno federal mediante el comisionado de paz, Pedro Joaquín Coldwell. El diputado perredista César Chávez, miembro de la Cocopa, expuso la alarma de los legisladores por la creciente violencia en Chenalhó, sumada a la afincada de tiempo atrás en Sabanilla, Tila y El Bosque. Chávez señaló la “respuesta negativa” del gobernador Julio César Ruiz Ferro, al impedir la instalación de las mesas anunciadas el 14 de mayo con bombo y platillo por Coldwell, comisionado del presidente Ernesto Zedillo (La Jornada, 28 de mayo).

La secretaría de Gobierno chiapaneca, mediante su delegado, Rogelio Contreras, informó el 28 de mayo que el día 31 se reunirían las partes en Yabteclum. Los priístas condicionaron que el encuentro fuera en Yaxjemel, en poder los priístas armados, mientras el concejo de Polhó aceptaba la propuesta de Yabteclum, el poblado “viejo”, entonces neutral, donde residía la autoridad tradicional de los ancianos de Chenalhó. Los priístas se negaron.

El día 28, el agente de MP Manuel Valdez había visitado Yaxjemel finalmente, para buscar el cuerpo de Pérez Medio. También fue a Naranjatic y entrevistó a los familiares del desaparecido, quienes le confirmaron que no lo habían vuelto a ver desde que acudió a la fallida negociación. Los zapatistas siempre sostuvieron que estaba muerto y los priístas lo negaron sistemáticamente. Los restos no aparecerían hasta septiembre en Poconichim.

Elementos reveladores

El día 30, el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas (CDHFBC) reveló elementos para explicar tanto la escalada de los priístas como su reticencia a dialogar con los autónomos (La Jornada, 31 de mayo). Por lo demás, tal actitud la sostendrían los oficialistas hasta la última tentativa de diálogo, el 19 de diciembre de ese año, cuando la masacre de Acteal se puso en marcha para consumarse tres días después.

Mariano Arias, vocero de los priístas, desmintió las acusaciones: “Los ‘contrarios’ andan diciendo que en los alimentos que nos manda el presidente municipal (para los desplazados en Puebla) vienen las armas, pero ésos son argumentos falsos” (La Jornada, 1º de junio).

De acuerdo con nuevas evidencias (La Jornada, 31 de mayo), el CDHFBC ubicaba el origen de los hechos de Yaxjemel en un incidente ocurrido el 12 de mayo, cuando trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad llegaron al barrio de Petum Pale para cortar la energía a las familias autónomas en resistencia. Éstas se opusieron, y “decomisaron” material de la paraestatal. Luego los priístas golpearon al dueño de la casa donde se encontraba el material, que fueron a entregar al alcalde Arias Cruz. Éste, “en agradecimiento, les dio varios cartones de cerveza”.

Durante la “celebración”, afirmó el CDHFBC, el alcalde dijo a sus correligionarios “que tenían que organizarse para otras acciones, y les pidió que juntaran todas las armas disponibles”. El día 18 detuvieron a tres zapatistas en Yaxjemel; el 21 sitiaron a cuatro familias zapatistas de Puebla durante dos días; el 23 detuvieron allí a 29 familias más “que se negaban a aliarse con los priístas”, y el 24 asesinaron y desaparecieron a Cristóbal Pérez Medio.

Mayo concluyó sin ninguna negociación. En adelante, diferir, abortar e impedir las negociaciones entre oficialistas y autónomos sería la marca de fábrica de los gobiernos estatal y municipal priístas. La vía paramilitar quedó garantizada.

Chenalhó, laboratorio de una estrategia amplia de contrainsurgencia
En dos años se dispuso en zona chol una “guerra” dentro de la guerra


Momento de comulgar durante la misa del jueves pasado por los muertos de Acteal Foto: Moysés Zúñiga Santiago Para la relación de los hechos que sacudieron a Chenalhó la segunda mitad de 1997 es necesario recordar su contexto. Chenalhó se había convertido en un laboratorio más de una estrategia amplia de contrainsurgencia, en un territorio en guerra que abarca la tercera parte de Chiapas e involucra a casi todos los indígenas de la entidad. La militarización era (y sigue siendo) abrumadora.

Iniciada en 1995, durante los dos años siguientes se organizó y activó en la zona chol de Chiapas una “guerra” dentro de la guerra, con la expansión paramilitar de la organización priísta Paz y Justicia. En 1997, mientras Chenalhó entraba en su propia espiral contrainsurgente, los asesinatos, desplazamientos y despojos proseguían en la zona norte. Ambos casos, en territorios cercados por el Ejército Mexicano y un importante despliegue policiaco.

Éxodo y saqueos

El 14 de marzo de 1997, la comunidad San Pedro Nixtalucum, municipio de El Bosque, colindante con Chenalhó, fue atacada por la policía y el Ejército, quienes mataron a cuatro indígenas zapatistas y causaron el éxodo de más de 80 familias. La policía había disparado en El Vergel, por tierra y desde un helicóptero (matrícula XC-BGC), sobre la población civil. Después saquearon Nixtalucum. Durante dos meses, los tzotziles zapatistas permanecieron desplazados, mientras las policías federal y estatal y el Ejército, posicionados dentro y en torno a esa comunidad, “convivían” con los priístas del lugar, quienes dejaron de trabajar el campo, se adueñaron del poblado, sembraron mariguana (según se comprobó después) y recibieron adoctrinamiento y adiestramiento militar.

Igual sucedía en Sabanilla y Tila, y sucedería pronto, de manera brutal, en Chenalhó. Algún día habrá que explicar por qué en unas partes funcionó la formación de grupos paramilitares y en otros, como El Bosque, no. Por ello, cuando el gobierno decidió atacar el municipio autónomo San Juan de la Libertad en 1998, serían directamente tropas federales y policías.

El 17 de mayo de 1997, una marcha de 4 mil civiles zapatistas acompañó el retorno de los desplazados a Nixtalucum, y pareció cerrarse ese capítulo (La Jornada, 18 de mayo). Al otro día arrancó la agresión contra zapatistas en Yaxjemel. En las semanas siguientes se revelará otro grupo paramilitar en Ocosingo y Oxchuc, el Movimiento Revolucionario Indígena Antizapatista (MIRA), cuya existencia jamás fue admitida por las autoridades y en buena medida fue un fracaso.

En algún momento imposible de fechar, durante la primavera de 1997, las comunidades identificadas como “priístas” o “cardenistas” (en referencia al Partido del Frente Cardenista que por entonces existía, sin relación con el cardenismo histórico y menos aún con el de Cuahutémoc Cárdenas, quien ese mismo año ganaría las elecciones para gobernar la capital del país), comenzaron a llamar “el contrario” y “los contrarios” a las familias y comunidades que se habían unido al municipio autónomo de Polhó, como bases de apoyo del EZLN o miembros de organizaciones civiles más o menos perredistas, cuando su partido era de oposición en un estado controlado hasta 1994 por numerosos cacicazgos, indígenas o mestizos según la región, pero siempre priístas.

El “contrario” en muchos pueblos del país es el “demonio”. El giro idiomático, inusual en Chenalhó, al parecer fue inducido por quienes aplicaron la estrategia contrainsurgente, y representa una de las primeras adaptaciones locales de los preceptos de la guerra de baja intensidad: ahondar las diferencias, demonizar al otro, deshumanizarlo. Así es más fácil dañarlo.

Las informaciones de la época, incluso en los medios oficialistas, nunca fundamentaron convincentemente que los conflictos en Chenalhó, que se fueron sumando y complicando, se originaban en agresiones de “los contrarios” (zapatistas) contra los oficialistas. Las “emboscadas” de los primeros apenas se pudieron probar; los verdaderos enfrentamientos, que no fueron la regla, se debieron a ataques de paramilitares y respuesta defensiva de los zapatistas; los desplazamientos de familias del PRI y cardenistas obedecían al temor a ser agredidos, mientras los zapatistas, perredistas y Abejas eran perseguidos y tiroteados, sus casas quemadas y sus propiedades robadas o destruidas.

El argumento de que los zapatistas “despojaban” a los oficialistas de sus tierras no se sostiene ante la evidencia, entonces y hasta la fecha, de que ellos fueron los verdaderos despojados en las comunidades de donde salieron. Los desplazados priístas y cardenistas retornarían en poco tiempo, escoltados y protegidos por la policía, y ya no debieron desplazarse. La versión de que éstos se organizaron para “autodefenderse”, propalada entre otros por la Procuraduría General de la República (PGR) en su libro blanco (1998), fue una construcción posterior, que buscaba “explicar” la matanza de Acteal y los múltiples episodios previos, aportando versiones que durante 1997 nadie se molestó en demostrar. La táctica de los grupos armados, y de los gobiernos municipal, estatal y federal, había sido “negar todo”, sin insistir en demostrar las versiones de su lado. Les bastaba con desdeñar, acusar y difamar a “los contrarios”, a los defensores de derechos humanos y los periodistas independientes. Su “verdad” comenzó a preocuparles después del terrible desenlace, que los confrontó con la responsabilidad penal.

Violencia administrada

El verano de 1997 se anuncia con declaraciones del gobernador Ruiz Ferro minimizando el tema chol como “conflicto entre dos grupos de siete ejidos” (La Jornada, 2 de junio), mientras el obispo de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz García, acusaba: “Todo apunta a concluir que la violencia en la zona norte es ‘administrada’ por las fuerzas de seguridad pública”. Las autoridades consideraban “religioso” el conflicto, y culpaban a la diócesis católica. Ruiz García insitía en el carácter “político” de aquella violencia. Para Chenalhó también se intentarían explicaciones “religiosas”, sobre todo después de Acteal; hoy sólo los abogados de los paramilitares presos actúan con ese enfoque.

El 2 de junio se suspendió por segunda ocasión el diálogo entre los municipios autónomos de Polhó y el oficial de Chenalhó, pues los representantes del segundo no se presentaron en Yabteclum, donde era la cita. Inesperadamente, el día 3 se encontraron al fin las partes en esa comunidad. Avanzaban en un “acercamiento” y convenían respeto mutuo y libertad de tránsito, cuando irrumpió en un helicóptero el subsecretario de Gobierno Uriel Jarquín; su presencia no había sido acordada y abortó la reunión (La Jornada, 4 de junio).

El día 5, las autoridades autónomas del vecino municipio de San Andrés denunciaron: “Ha aumentado la presión militar en los Altos. Hacen diario patrullajes desde hace 10 días” (La Jornada, 6 de julio), así como vuelos rasantes. Relataron: “Entran en los pueblos, se entrenan dentro de los pueblos”, y aseguraron que las tropas adiestraban a los priístas. “Recibimos información de que ya hay guardias blancas en los Altos. Ya tienen radios para comunicarse entre ellos.”

Poco después ocurrió un incidente a 400 metros de Acteal, que aún no tenía campamentos de desplazados. El día 9, la Subprocuraduría de Justicia del estado informó de una “emboscada” a un camión de Seguridad Pública, “atacado por zapatistas”. Según pobladores de Pechiquil, hubo una detonación y entre 70 y 100 balazos. El municipio autónomo de Polhó dijo que los policías dispararon bombas y tiros “sin haber ningún problema” (La Jornada, 10 de junio). Diez indígenas fueron golpeados a culatazos, dos fueron detenidos por la policía y luego arrojados del camión al camino. Ese día, unos 200 desplazados de Yaxjemel, miembros de Las Abejas y refugiados en Yibeljoj, se disponían a retornar a sus casas. La “emboscada” los disuadió.

Provocación para la militarización

Al día siguiente, los pobladores de Acteal negaron la “emboscada” y afirmaron que la acción “fue premeditada para provocar más conflictos y justificar la militarización de nuestros parajes” (La Jornada, 11 de junio). Los pobladores y desplazados en Polhó, a pocos kilómetros, “ya querían huirse por el miedo”, dijo Javier Ruiz Hernández, secretario del concejo autónomo. En un boletín, la Coordinación de Comunicación Social del gobierno de Chiapas reiteró que los policías fueron “agredidos por desconocidos”, con saldo de dos agentes lesionados. “Los desconocidos arrojaron botellas con gasolina y mecha”, decía el boletín, contradiciendo a la subprocuraduría de Justicia que la víspera aseveró que los presuntos atacantes habían disparado. Según la gente de Acteal, la versión oficial era “falsa”, pues “los mismos policías tronaron bombas y tiraron balazos para amedrentarnos”.

Un día después, el ayuntamiento oficial de Chenalhó se reunió en Pantelhó con el gobernador Ruiz Ferro y el secretario de Desarrollo Social, Carlos Rojas Gutiérrez (La Jornada, 12 de junio). El juez Antonio Pérez Arias, vocero del municipio oficial, insistió en que el gobierno enviara más policías a las comunidades, y pidió la intervención de las comisiones Nacional de Intermediación (Conai) y de Concordia y Pacificación (Cocopa). En tanto, el municipio autónomo denunció que en Yabteclum, unos 50 priístas armados agredieron la casa de Rosa Gutiérrez “y se llevaron a uno de sus hijos a la cabecera municipal”.

En las semanas siguientes, la primera petición del ayuntamiento oficial sería satisfecha: en las comunidades y caminos de Chenalhó, cientos de policías instalaron campamentos que devendrían permanentes, escudarían el retorno de los priístas y frentecardenistas desplazados y el inmediato despojo de las casas y cafetales de los ausentes zapatistas, perredistas y Abejas. Así aparece un nuevo actor visible en las comunidades de Chenalhó en poder de priístas: la policía.


La marcha de los 1,111 frenó algo la violencia; faltaba agosto
En 97, la contrainsurgencia abortó la paz en Chenalhó
Hermann Bellinghausen / IV

Las actividades de contrainsurgencia en Chenalhó se incrementaron a mediados de 1997. Fue el preludio de la matanza de 45 tzotziles en Acteal, en diciembre del mismo año Foto: Carlos Cisneros A mediados de junio de 1997 Chenalhó ya es un escenario de activa contrainsurgencia. La asignación de recursos oficiales, que fluyen en abundancia, está detonando conflictos comunitarios. Como en otras comunidades, en Saclum y Matzeclum se amenaza con expulsar a las familias de los dos municipios autónomos que abarcan Chenalhó: Polhó y Magdalenas La Paz.

En la cabecera de San Pedro Chenalhó, un priísta de nombre Mariano (pidió omitir su apellido), poblador de Saclum, declaró: “Nos dijeron que iban a repartir el dinero, con la condición de que lo solicitaran todos de la comunidad. Les dijimos que los zapatistas no iban a aceptar, y nos repitieron que ‘todos’. Entonces preguntamos que qué hacíamos si no aceptaban, y nos dijeron ‘pues córranlos, o los obligan’” (La Jornada, 14 de junio*).

“Tenemos diferencias, sí, pero llevamos tres años viviendo desde que comenzó el problema de los zapatistas y sólo ahora, con la obligación para un programa del gobierno, nos obligan a pelear”, agregaba el hombre de Saclum, comunidad ubicada al oeste del municipio, en el extremo opuesto de la zona donde finalmente “prendió” la paramilitarización y en cuyo corazón geográfico se encuentra Acteal. El edil Jacinto Arias Cruz había solicitado, en nombre de “todo el municipio”, la presencia de la policía. Mariano advirtió a La Jornada que al menos en Saclum no era así. “No queremos más problemas entre hermanos”.

Aquí no pasa nada

Ese día estuvo en Chenalhó el senador priísta Sami David en un acto proselitista (pues se avecinaban elecciones de diputados federales), en un ambiente de “aquí no pasa nada”. Poco antes, el secretario de Desarrollo Social, Carlos Rojas, de gira por Chiapas, había asegurado que la inversión social no se orientaba a la contrainsurgencia. También visitó la entidad, por segunda vez en 15 días, el secretario de la Defensa Nacional, Enrique Cervantes Aguirre (13 y 14 de junio).

En ese momento ya se calculaba en mil 200 el número mínimo de desplazados zapatistas y simpatizantes (sólo de Yaxjemel y Yabteclum eran 534 y 527, respectivamente). En Polhó, el consejo autónomo recordaba que antes, en Chenalhó, cuando había conflictos, “en vez de encender el fuego” lo aplacaban negociando (16 de junio). Las cosas cambiaron desde un año atrás, cuando renunció el alcalde oficial Manuel Arias Pérez y lo sustituyó su secretario Jacinto Arias Cruz. Ahora, éste “es el que desbarata, insiste en que haya enfrentamiento”.

La caída del edil electo se debió al primer crimen contra zapatistas, cuando la noche del 19 al 20 de agosto de 1996 una turba de priístas ebrios “capturó” a seis jóvenes zapatistas en una posada de la cabecera municipal, los linchó y arrojó sus cuerpos en la sima de Chixiltón. Hubo tres detenidos por los asesinatos, que salieron libres tiempo después. También por entonces renunció, “por motivos personales”, el secretario estatal de Atención a los Pueblos Indios, el conocido escritor pedrano Jacinto Arias Pérez (homónimo del nuevo alcalde priísta y primo del anterior). Estaba inconforme con lo que pasaba y prefirió hacer mutis (Suplemento Masiosare, 28 de diciembre). Algo estaba pasando en San Pedro Chenalhó. El grupo oficialista dominante era desplazado por gente nueva, más agresiva y desarraigada (como documentarían más adelante Andrés Aubry y Angélica Inda en La Jornada).

En Yabteclum se saqueaban las casas de los desplazados zapatistas. El consejo de Polhó refirió el caso de Felipe Gómez Gómez, priísta, quien en vez de participar en un ataque contra simpatizantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) “se quedó dormido” en su casa. “Les dio coraje a los del PRI que no obedeciera. Lo fueron allanar la casa del muchacho y lo llevaron preso a Chenalhó. Y (eso que) es uno de ellos” (17 de junio). Las explicaciones oficiales del conflicto por “fundamentalismo religioso” disfrazaban la realidad; se trataba de un nuevo fundamentalismo ejercido con el presupuesto.

Presiones contra Las Abejas

En tanto, Las Abejas denunciaron que los priístas los “presionaban” para votar por el partido oficial. En diversas reuniones pretendían obligarlos “a sacar sus credenciales” y volver al PRI. Yabteclum, el “pueblo viejo” del municipio, punto de encuentro entre autónomos y priístas, fue devorado por la marea contrainsurgente tras ser expulsado medio millar de zapatistas (18 de junio).

La militarización crecía en Ocosingo y Altamirano, con la llegada de 3 mil soldados más (19 de junio) y la “guerra” del grupo paramilitar Paz y Justicia escalaba nuevamente en Tila y Sabanilla; en Emiliano Zapata y Shushupá, entre los días 22 y 24 fueron asesinados ocho simpatizantes zapatistas, y heridos muchos más, luego de que Juan López Jiménez, dirigente de Paz y Justicia, fue asesinado en Pasijá el día 15 (24, 26 y 27 de junio). Los simpatizantes del EZLN se encontraban sitiados por Paz y Justicia en 14 comunidades de Tila y Sabanilla y era inminente una nueva oleada de desplazados.

El día 26 el gobierno oficial de Chenalhó detuvo en Yabteclum a los simpatizantes zapatistas Fidencio Ruiz y Ernesto Gómez, responsabilizándolos de la desaparición de Manuel Takiumut, un mes atrás. La aprehensión fue mientras se efectuaba allí mismo una reunión más de acercamiento entre autónomos y priístas. “Estaban a punto de llegar a un acuerdo para que más de mil desplazados pudieran retornar” cuando se dio la captura (27 de junio) y se interrumpió el diálogo. Una vez más.

Protesta por falta de créditos

Un día después, la sociedad cooperativa de productores de Bajxulum envió una carta al gobierno federal anunciando que en 21 comunidades de Chenalhó sus socios no votarían el 6 de julio, “y menos por el PRI”, pues los productores no habían recibido los créditos ofrecidos y presumían que “alguien cobró” por ellos millón y medio de pesos. Argumentaron “falsas promesas, engaños y mentiras” (28 de junio). Versiones posteriores indicarían que ese dinero se destinó a la compra de armas.

El EZLN anunció, a su vez, que las comunidades rebeldes no votarían en protesta por la militarización, “el ambiente de guerra promovido por el gobierno y el incumplimiento de los acuerdos de San Andrés”. El subcomandante Marcos escribió en un comunicado: “¿Con qué cara exigirles (a las comunidades) que voten si ni siquiera viven en condiciones normales? ¿Se les puede pedir que aparenten una normalidad ciudadana un día y regresen al terror cotidiano el resto del año?” (3 de julio).

En tanto, representantes de comunidades zapatistas de Chenalhó y San Andrés (dentro del municipio autónomo Magalenas La Paz) exigieron cancelar la formación de grupos paramilitares y el retiro del Ejército federal. Indígenas de las comunidades Atzamilhó, Saclum, Xux’chen, San Pedro Cotzinam y Aldama aseguraron que priístas armados “están planeando y uniendo sus fuerzas para provocar enfrentamientos” (2 de julio).

Rebeldía y abstencionismo

La víspera de las elecciones marcharon en San Andrés 2 mil zapatistas anunciando que impedirían los comicios. Realizaron un acto contra el gobernador Julio César Ruiz Ferro “por mantener una amplia campaña de desprestigio contra el EZLN” y “distorsionar” la información para enfrentar a los pueblos (6 de julio). Los desplazados de Tila, Sabanilla y Tumbalá tampoco estaban en condiciones de sufragar.

El domingo 6 de julio, las elecciones federales en Chiapas registraron el mayor abstencionismo del país; no votó 65 por ciento y unas 600 casillas no fueron instaladas. Hubo quema o retiro de urnas en Chenalhó, San Andrés, Tenejapa, El Bosque, Ocosingo, Altamirano, Las Margaritas, Amatenango del Valle y Pantelhó, y en muchos otros municipios indígenas faltaron casillas y, sobre todo, votantes. En la zona norte, Paz y Justicia “controló” las elecciones para que sólo participaran los priístas. En Yabteclum (Chenalhó) fueron expulsados los observadores de Alianza Cívica, y “sólo votaron los del PRI” (7 de julio).

Agresión inminente


Poco después, el presidente municipal autónomo de San Andrés, Juan López González, alertó sobre una posible agresión de policías y grupos paramilitares cuyo centro de operaciones era Santiago el Pinar (10 de julio). En los caminos de los Altos se veían pintas como: “Somos Máscara Roja, si nos quieres conocer nos vemos en el infierno” y “Ya no estamos engañados, estamos para salir”.

Al otro día, la policía de Seguridad Pública detuvo en Santiago el Pinar, donde había un campamento del Ejército federal, a siete priístas armados (cuatro de ellos menores de edad) con pistolas 3.80 y 38 especial, así como cartuchos para AK-47 (cuerno de chivo) y otros calibres. Los detenidos participaban en un bloqueo carretero con otras 40 personas (11 de julio). Esto confirmaba las reiteradas acusaciones de la existencia de grupos civiles armados en San Andrés y Chenalhó, pero no tuvo ningún efecto.

Ante la situación en Chiapas, el EZLN inició una estrategia hacia fuera, para llamar la atención del país y del mundo de lo que sucedía en las comunidades. Las protestas a escala local eran ignoradas. El 21 de julio se levantó un plantón frente al palacio de gobierno en Tuxtla Gutiérrez, donde unos 300 representantes de los desplazados de la zona norte habían permanecido ¡87 días! demandando inútilmente al gobernador Ruiz Ferro el cese de la violencia para que los desplazados pudieran retornar a sus comunidades.

El EZLN anunció que del 25 de julio al 3 de agosto dos delegados suyos asistirían al segundo Encuentro Intercontinental (Intergaláctico) en cinco localidades del Estado español. En agosto, los rebeldes anunciaron una marcha de mil 111 bases zapatistas a la ciudad de México para septiembre, mientras otros dos delegados indígenas viajarían a Venecia y Roma. Estas iniciativas civiles frenarían pasajeramente la violencia paramilitar, la cual recrudecería brutalmente en la segunda mitad de septiembre. Pero aún faltaban los relámpagos de agosto.

* Todas las fechas entre paréntesis corresponden a la publicación de las citas en La Jornada

“Retiro” de campamentos y agresiones contra zapatistas
Hermann Bellinghausen / V


La “estrategia” oficial que desembocó en desastre
El 22 de septiembre ocurrió un hecho que serviría a la PGR y a autores oficiosos como explicación de la matanza que ocurriría tres meses después en Acteal: “un conflicto intercomunitario” por la “disputa de un banco de arena” en Majomut, barrio de Polhó


En agosto de 1997, de manera inesperada, el Ejército federal hizo cambios significativos en los territorios indígenas de Chiapas. Pareció un retiro. Los medios informaron de una “reducción de tropas y desmantelamiento de campamentos en tres regiones”, y el relevo de “unos 5 mil militares de Ocosingo, Las Margaritas y Altamirano” (La Jornada, 18 de agosto)*. “Previo al tercer Informe de gobierno del presidente Ernesto Zedillo y en una acción sin precedente desde 1994, el Ejército destruye sus propios asentamientos y retira tropas de siete campamentos en los Altos, la zona norte y la selva”, prosigue la información. El gobierno federal abrió también los frentes económico y diplomático para divulgar que en Chiapas había paz, atención a los pueblos y respeto a los derechos humanos.

El presidente municipal autónomo de San Andrés, Juan López González, se mostró sorprendido y optimista: “¿Nos quiere decir el gobierno que quiere regresar a los diálogos de paz?” Antes de 24 horas, el general Mario Renán Castillo Fernández, comandante de la séptima Región Militar, ofreció la respuesta al informar que el Ejército “puso en marcha un reajuste en su dispositivo militar, pero de ninguna manera significa el retiro de tropas” (19 de agosto).

En San Andrés, las posiciones en San Cayetano, Jolnachoj y Santiago El Pinar, retiradas la víspera, sí “fueron removidas”, según el general, pues “salían sobrando”. Ello, no obstante que las dos primeras rodeaban Oventic y la tercera estaba cerca de Chenalhó, donde la violencia paramilitar y el problema de los desplazados se agudizaban.

Desde la séptima Región Militar, en Tuxtla Gutiérrez, el general Castillo Fernández comandaba decenas de miles de soldados que ocupaban los Altos, la selva y la zona norte. Además, tenía bajo su mando 12 grupos de la Fuerza de Tarea Arcoris, creados a raíz del levantamiento zapatista, “un equipo único en todo el país” (11 de agosto). Como única era considerada la concentración de tropas en esa circunscripción.

Rechazo a la militarización


El 22 de agosto, el EZLN reitera que, “en demanda del cumplimiento de los acuerdos de San Andrés y en contra de la militarización de las zonas indígenas, marchará a la ciudad de México con mil 111 pueblos zapatistas”. El 23, en lo que parece un cambio de planes, el Ejército intenta restablecerse en San Cayetano, donde había destruido sus instalaciones. El 24 se suscita una confrontación entre indígenas sin armas y unos 250 soldados. “Centímetros dividen a los efectivos del Ejército –entre ellos tropas de elite transportadas en helicóptero– y los zapatistas desarmados, que repudiaban a gritos su presencia; los calificaban de ‘asesinos, defensores del mal gobierno’, tocaban sus armas y les palmeaban la quijada con una expresión retadora: ‘soldadito’” (25 de agosto).

“La tensión aumentó cuando arribaron cuatro helicópteros que transportaban fuerzas de elite con fusiles de asalto R-15”. Un tzotzil espetaba a un soldado “visiblemente nervioso”, con un “dispárame de una vez”. La protesta se extendió hasta las bases militares de Puerto Caté y San Andrés. El Ejército había decidido “recuperar las tres estratégicas posiciones contrainsurgentes –San Cayetano, Jolnachoj y Santiago El Pinar–, que quemó y abandonó el pasado 12 de agosto”, añade la nota. Eventualmente, el Ejército se reinstaló allí, y sólo la base de Jolnachoj sería retirada tres años después.

El primero de septiembre de 1997, el presidente Zedillo rinde su tercer Informe, con una tumultuosa danza de cifras y cuentas alegres que no le dejan espacio para mencionar el conflicto de Chiapas. Su silencio fue considerado “preocupante” por el diputado perredista Gilberto López y Rivas (2 de septiembre). El dirigente nacional del PRD, Andrés Manuel López Obrador, señaló que “fue una omisión deliberada”, pues era un tema “obligado a tratar ante el Congreso de la Unión”. Hasta el Partido Verde Ecologista se extrañó: “es una gran omisión, que confirma el poco interés que tiene el Presidente en la solución del problema” (4 de septiembre).

El 9 de septiembre, delegados de los mil 111 pueblos zapatistas salen de San Cristóbal de las Casas rumbo a la ciudad de México, que estrena como jefe de Gobierno a Cuauhtémoc Cárdenas, triunfador en las elecciones de julio. La conflictividad de Chenalhó entra en un relativo impasse. En las comunidades dominadas por los paramilitares sube la presión contra zapatistas y simpatizantes, y hasta contra priístas que no aceptan agredirlos.

Al paso de la marcha por Oaxaca, el “compañero Isaac” lee un mensaje del EZLN: “Desde que está el Ejército dentro de nuestros pueblos estamos en la inseguridad, porque ellos entrenan y protegen guardias blancas que han sido causa de enfrentamientos y están dejando viudas, huérfanos, encarcelados y desaparecidos” (11 de septiembre).

Mientras los zapatistas prosiguen su marcha a la capital del país, se suceden declaraciones de la clase política. El dirigente del Partido Acción Nacional, Felipe Calderón Hinojosa, se declara “respetuoso del derecho de expresión pública” de los rebeldes, pero “no podemos darles la bienvenida mientras no dejen las armas y la clandestinidad” (12 de septiembre). El dirigente del blanquiazul rechazó “las autonomías indígenas superiores (sic) a los municipios y los estados”, y deploró la actuación del gobierno zedillista frente al conflicto de Chiapas. El incumplimiento de las “legítimas demandas de los pueblos indígenas” los ha mantenido “en el atraso, la marginación y la miseria”.

El día 13, la marcha zapatista llega al Zócalo capitalino y es recibida por una multitud entusiasta. El secretario de la Defensa Nacional “saluda” la marcha y el presidente Zedillo se pronuncia por el diálogo “y no la vía de las armas” (14 de septiembre).

Agresión en Los Chorros

Tras 11 días de marcha, los mil 111 zapatistas regresaron y fueron festejados en San Cristóbal de las Casas por miles de bases de apoyo del EZLN el 19 de septiembre. Ese mismo día, los priístas de Los Chorros queman 60 casas y 150 personas se refugian en Naranjatic Alto. En Los Chorros quedan “detenidos” seis miembros de Las Abejas (20 de septiembre).

El concejo autónomo de Polhó denunció que los priístas armados amenazaban con atacar Naranjatic y Yibeljoj “para acabar con esos cabrones” (los desplazados). Portando “armas de grueso calibre” hicieron disparos en las inmediaciones de Yibeljoj “para atemorizar a nuestros compañeros”. Así, de golpe, volvía la violencia a Chenalhó.

La disputa por el banco de arena

El día 22 sucede el hecho que después de la masacre de Acteal serviría a la Procuraduría General de la República y a autores oficiosos como “explicación” de la matanza que ocurriría tres meses después: un “conflicto intercomunitario”, la “disputa por un banco de arena” en Majomut, barrio de Polhó. Un grupo de Los Chorros, comunidad ubicada a unos 10 kilómetros, se ostentaba como propietario del banco de arena desde dos años atrás, cuando el gobierno lo “compró” y dio a los priístas (23 de septiembre). La historia de esa disputa data de los años ochenta.

Los zapatistas, considerando la mina dentro del municipio autónomo (de hecho, en terrenos de la cabecera autónoma de Polhó), desde abril habían comenzado a extraer grava. Ese 22 de septiembre pierden la vida Joaquín Vázquez Pérez y Mariano Vázquez Hernández, de Los Chorros, parte de un grupo de unos 30 priístas armados que llegaron el día 21 a preparar el arribo de un destacamento de policía. También murieron dos zapatistas: Agustín Luna Gómez (quien había participado en la marcha de los mil 111) y Antonio Pérez Castro. “Las represalias contra simpatizantes del EZLN comenzaron esa misma tarde” cuando la policía detuvo y golpeó a Vicente Ruiz “porque no portaba credencial del PRI”.

Representantes de 12 municipios zapatistas denunciaron que los ataques eran “la respuesta del gobierno a la marcha”. Mientras los priístas los acusaban “del asesinato de sus compañeros”, en una situación “muy tensa” los desplazamientos estaban “a la orden del día en diversos parajes” (24 de septiembre).

Los autónomos manifestaban que los paramilitares, “en coordinación con la policía y pagados por el gobierno, se van metiendo en las comunidades para desalojar, quemar viviendas, robar, perseguir y asesinar a los simpatizantes del EZLN y el PRD que están desarmados. Pero ya no nos vamos a dejar”.

* Todas las fechas entre paréntesis corresponden a citas de notas publicadas en La Jornada

Falso que posesión de un banco de arena detonara el problema
La paramilitarización minó la convivencia entre pueblos

Hermann Bellinghausen / VI

En su relativa pequeñez de 139 kilómetros cuadrados como municipio oficial, que incluye también el municipio autónomo de Polhó y parte de su homólogo Magdalenas la Paz, es un mundo complejo donde nada es trivial, y cuando las comunidades y regiones toman decisiones o acuerdos, no predominan la superstición ni la ignorancia, como luego se piensa.

No es necesario usar desleídos recursos del realismo mágico ni abusar de la vena etnográfica para describir esta realidad. Mucho menos creer a pie juntillas los boletines de prensa y las averiguaciones previas de la policía en el periodo previo a la matanza de Acteal. Está sobradamente documentado que la policía misma fue un actor del conflicto que aquejó a Chenalhó durante aquellos meses terribles de 1997.

Para entender episodios como el del 22 de septiembre en el banco de arena de Majomut, cerca del centro de Polhó, hay que insistir en que la rápida paramilitarización de ciertas comunidades, con Los Chorros a la cabeza, dañó severamente el tejido cultural de pueblos que habían sobrenavegado la modernidad como les llegó a ellos durante el siglo XX sin romperse en lo profundo: terratenientes y patrones abusivos, y luego diferencias religiosas; luchas agrarias legítimas aprovechadas por partidos políticos, lo que llevó a muchos a simpatizar con el levantamiento zapatista y la creación de municipios autónomos.

Así hasta que, por primera vez, suceden cosas como las que describe en sus memorias quien fuera párroco de Chenalhó durante tres décadas, y el gobierno federal lo expulsó del país dos meses después de la masacre: “Los paramilitares se burlan de la ‘costumbre’ que enseña el respeto hacia los ancianos y los jefes de familia. Así, nuestro amigo Petul, de Los Chorros, quien desempeñó muchos cargos tradicionales dentro del municipio, tuvo que dejar su casa y su paraje porque uno de sus hijos, paramilitar, quería matarlo” (Las andanzas del padre Miguel, por Miguel Chanteau, San Cristóbal de las Casas, 1999).

La sed de venganza

Ni las disputas por el poder político o un banco de arena (que no eran nuevas) explican la sed de humillación y venganza que invadió a unos centenares de indígenas cuya conducta devino aberrante y criminal. “En Pechiquil, un ‘Pasado’ (anciano de autoridad) muy respetado por la gente de su paraje fue abofeteado por su yerno, paramilitar priísta, al recibir un regaño por su mala conducta. En los parajes que tienen bajo su control, para humillar a las Autoridades, los paramilitares les obligan a cumplir tareas normalmente reservadas a las mujeres, como por ejemplo arrancar las plumas de los pollos”, agrega Chanteau.

Es a la luz de esta situación que deben verse decenas de “episodios” como el del banco de arena, que causó cuatro muertes. Y también ciertas acciones institucionales que resultan, por decir lo menos, sospechosas. Como informó en su momento La Jornada, el 16 de septiembre de 1997 hay un cambio en el gabinete del gobernador Julio César Ruiz Ferro, cuando el escritor tzotzil de Chenalhó Jacinto Arias Pérez deja la Secretaría Estatal de Atención a los Pueblos Indios (SEAPI), y ocupa su lugar Antonio Pérez Hernández, ex diputado priísta, también de Chenalhó, y que rápidamente se vinculará, si no lo estaba ya, con los grupos civiles armados de extracción priísta y del Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (PFCRN) que finalmente perpetraron la masacre de Acteal.

Es curioso que para ese cargo no se pensara en un funcionario tzeltal, chol, tojolabal o zoque, o un tzotzil de otra parte. ¿Por qué esa insistencia gubernamental en dar el puesto a un líder de ese pequeño municipio de 30 mil habitantes, en un momento que ya había una suerte de “guerra” declarada (según expresión de los organismos de derechos humanos)? Sigue siendo una pista a seguir para hacer justicia por lo que ocurrió en los meses posteriores.

“Se insiste en que la causa de la matanza en Acteal es un conflicto provocado por la posesión de un banco de arena en el cerro Majomut. Al analizar la situación es evidente que eso está muy lejos de la realidad”, expone una investigación reciente e inédita de Dolores Camacho y Arturo Lomelí.

“Si bien muchos pueblos indios se han organizado en la figura de ‘municipios constitucionales’, las estructuras que rigen su funcionamiento son más complejas; cada municipio está compuesto por pueblos históricos que comparten costumbres, fiestas, normas de convivencia, y que se juntan o separan de acuerdo con momentos coyunturales específicos para constituir un municipio con una estructura distinta”. Cada grupo, “aunque vive y tiene una historia común, también proviene, desde su relación con la tierra, de una historia particular que concurre con las de los demás. Tienen que acordar y negociar para mantener la convivencia, como menciona el profesor Enrique Pérez López”.

Hacia 1939 aún había terratenientes en Chenalhó. Una finca se convertiría en el ejido Los Chorros, que tuvo un crecimiento extraordinario. Con más de 5 mil habitantes de diversa procedencia, se convirtió en la comunidad más poblada del municipio. Camacho y Lomelí mencionan que el ejido se funda, “pero las tierras son repartidas tiempo después, y el comisariado ejidal, devenido cacique, decide cuánto y qué tierra dar”.

En Los Chorros, la mayoría de los habitantes son avecindados sin tierra. “Con el levantamiento zapatista hay tomas en todo Chiapas. En febrero de 1994 un grupo de jóvenes de Los Chorros, asesorado por el PFCRN, toma posesión del predio San José Majomut bajo las siglas del EZLN”. Incluso su dirigente nacional Rafael Aguilar Talamantes se atrevió a declarar en los primeros días de 1994 que el PFCRN (ya para entonces un simple partido “paraestatal”) “sería vocero del EZLN”. Una verdadera bufonada.

Ellos participaron en el primer paquete de regularización del gobierno. A principios de 1995, con 62 hectáreas, San José Majomut quedó registrado como ampliación de Los Chorros. La convulsión de esos días “ayudó a que no se percibiera el hecho, hasta que los beneficiados crearon una sociedad de solidaridad social (SSS) para explotar comercialmente el banco de arena, de manera exitosa porque se construían caminos y carreteras y el gobierno fue su principal comprador”.

Aunque el banco de arena había sido motivo de conflictos anteriores, “lo era en cuanto representaba un predio que varios parajes y comunidades, incluido el ayuntamiento, querían no por el valor de la comercialización, sino porque sacaban arena todos los que la necesitaban. No se sabía que se podía hacer un negocio tan bueno”, según el indígena Sebastián Pérez, quien añade que cuando los demás “ven que los ‘cardenistas’ sacan dinero, pues se enojan; también en Los Chorros, porque la tierra sería del ejido, no de la SSS”.

El municipio autónomo “decide expropiar el banco de arena, pues considera una irregularidad que unos cuantos se posesionen de un recurso natural. Esto se basa en el discurso zapatista de que dichos recursos son de todos y no se pueden privatizar, y porque consideran que el cerro se encuentra dentro de los bienes comunales de Polhó, que consta de treinta parajes”.

Situaciones frecuentes

Así, el 16 de agosto 1996 queda expropiado el banco por el municipio autónomo. “Un argumento de peso fue que las autoridades de Polhó detuvieron en un camino a Juana García Palomares, esposa de Manuel Anzaldo (ambos dirigentes del PFCRN y asesores de los solicitantes de Los Chorros), y la hacen firmar un documento donde ella reconoce que el banco de arena es de Polhó”.

El grupo de Los Chorros “no acepta la firma y anuncia que recuperará el predio, lo cual ofende a los habitantes de Polhó porque están desconociendo la firma de su representante. Sigue una serie de incidentes entre Los Chorros y Polhó; sin embargo, de ninguna manera son causa de la matanza de Acteal. Como indican tanto miembros de Las Abejas como del municipio autónomo y el PRI, esos problemas siempre han existido, pero nunca llegaron a tales consecuencias. Siempre se habla y se toman acuerdos para mantener el equilibro”.

Los entrevistados por los investigadores “coinciden en que para llegar a este grado de violencia tuvo que haber una influencia externa muy fuerte, una preparación”. Los priístas “no son asesinos por ser priístas, ni los cardenistas, sino algunos que aceptaron la idea de que había que destruir al otro”.

Prometió apoyo policiaco para enfrentar a rebeldes en Majomut
El gobierno propició choque entre paramilitares y EZLN

Hermann Bellinghausen / VII

Una investigación en curso del periodista Jesús Ramírez Cuevas y el informe de la CDHFBC sobre la masacre arroja nuevos elementos, los cuales conducen a la hipótesis de que los gobiernos federal y estatal fabricaron conflictos de tierras, recursos, religiosos o políticos para inducir a la confrontación entre indígenas de Chiapas

El episodio del banco de arena de Majomut el 21 de septiembre de 1997 transparenta dos condiciones del momento. Una, que la beligerancia de los paramilitares de Los Chorros ya equivalía a una “declaración de guerra”, cuya intención no era “recuperar” una mina, sino atacar la cabecera municipal autónoma de Polhó. Y dos, la menos conocida intervención directa del gobierno (aunque por omisión), a través del secretario de Gobierno de Chiapas, Homero Tovilla Cristiani, quien se comprometió con los representantes frentecardenistas de Los Chorros a enviar ese día a Majomut un destacamento de la policía de la Seguridad Pública, para el que pudo ser un ataque en forma contra la comunidad zapatista.

Según revelaciones recientes de pobladores del área sobre aquellos días, dos cosas fallaron en el plan de los paramilitares de Los Chorros. No se lanzaron con ellos los demás civiles armados de Puebla, Tzanembolom y otras comunidades, a quienes trataron de convencer, pues contaban con que también llegaría a la cita la Seguridad Pública (SP), lo divulgaron y se sintieron fuertes. Al no intervenir ni cumplirles, el gobierno propició un previsible choque entre paramilitares y zapatistas en la zona donde se encontraban los primeros campamentos de desplazados, en las afueras de Polhó.

La cosa venía de semanas atrás

Como ya empezaba a ser la regla en Chenalhó, también la agresión paramilitar en el banco de arena del 21 de septiembre fue anunciada de muchas maneras. El episodio fue reportado por La Jornada, pero es útil considerar otras fuentes de la época. El informe Camino a la masacre, del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas (CDHFBC, 1998), refiere: “A finales de julio de 1997 llegó a Los Chorros el regidor del Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (PFCRN) del cabildo constitucional, José Ruiz Pérez, solicitando apoyo a los ejidatarios para quitar a los miembros del municipio autónomo el control del banco de arena. Algunos estuvieron de acuerdo”.

El 25 de agosto, “el municipio autónomo abrió los mojones entre el banco de arena y Majomut, donde sólo quedaban ocho familias. El resto se refugiaron en otras comunidades; la mayoría regresó a Yibeljoj, su comunidad de origen. Al día siguiente en Los Chorros fueron amenazadas varias familias leales al municipio de Polhó con ser desalojadas”. El 30 se realizó una asamblea en la casa ejidal de Los Chorros. Las Abejas dijeron que no querían más problemas ni más muertos, pero no fueron escuchados. Al día siguiente la SP se acantonó en la ‘casa grande’ de Majomut”, a menos de un kilómetro del centro de Polhó, y a más de 10 de Los Chorros. Tiempo después, la SP se retiró.

El 16 de septiembre, las autoridades de Los Chorros exigieron 100 pesos por familia para comprar armas y municiones para “recuperar” el banco de arena. “De manera coordinada, las autoridades del vecino ejido Puebla hicieron lo mismo. Seis familias del municipio autónomo y Las Abejas que se opusieron a cooperar para atacar a sus propios compañeros fueron detenidas”. El 17 de septiembre, ante las amenazas, 60 familias de Los Chorros se refugian en Naranjatik. Las autoridades de Los Chorros encerraron a siete simpatizantes del municipio autónomo.

Miembros del Consejo de Polhó solicitaron al CDHFBC su “urgente intervención, a fin de evitar lo que parecía un grave enfrentamiento. No obstante, desde Los Chorros se nos informó que ‘no pasa nada, todo está tranquilo’. La persona operadora de la caseta telefónica en Acteal confirmó que la situación era muy delicada”, añade el informe del centro.

El 18 de septiembre, vecinos del municipio de Tenejapa informaron que desde la distancia se veían muchas casas incendiadas en Los Chorros. En efecto, 17 casas de los desplazados fueron quemadas por las autoridades. El día 19 algunos priístas y militantes del PFCRN convocaron a las comunidades de Acteal, Nueva Esperanza y Yibeljoj para reunirse en Los Chorros al día siguiente. Antonio Vázquez Gómez intentó presentar una denuncia ante la Subprocuraduría de Justicia respecto a la quema de casas en Los Chorros, pero ésta fue aceptada hasta el día 21.

Clima de “guerra”

Ese mismo día el CDHFBC recibe el testimonio escrito de una mujer de Yibeljoj: “Está fuerte el problema en la colonia Los Chorros, quieren hacer enfrentar al nuevo municipio autónomo y también quieren obligarnos (los priístas) a que hagamos la guerra los hombres y mujeres”. Pide al centro de derechos humanos “que nos diga que sí se están moviendo para resolver el problema porque hay mucho sufrimiento aquí, apúrense, lo más pronto, y nos digan si vamos a salir de aquí porque está fuerte la tristeza de las mujeres y con sus hijitos”.

En aquellas comunidades del confín pedrano (Puebla y Los Chorros) sonaban clamores de “guerra”, y los civiles armados creyeron que serían secundados por Yabteclum y Tzanembolom, para rodear Polhó. Una investigación (aún en curso) sobre la escalada de violencia en Chenalhó durante 1997, a cargo del periodista Jesús Ramírez Cuevas y un grupo de pobladores de Chenalhó, arroja nuevos datos y sistematiza la información disponible para descifrar qué sucedió en el banco de grava. Tras el escenario previo, narrado hasta aquí como lo registró en su informe el CDHFBC, surgen nuevos elementos que indican que “los gobiernos estatal y federal fabricaron conflictos de tierras, de recursos, religiosos o políticos para inducir a la confrontación entre indígenas en Chiapas”.

El clima en Los Chorros era de “guerra”; para muchos pobladores de todos los grupos políticos o religiosos no quedaba claro por qué. Según Ramírez Cuevas (quien cubrió en 1997 y 1998 todos los acontecimientos de San Pedro Chenalhó para la agencia Reuters), en ese ambiente, y “ante la insistencia de los dirigentes frentecardenistas Juana Palomares y su marido Manuel Anzaldo Meneses, el secretario de Gobierno, Homero Tovilla Cristiani, se comprometió por escrito a enviar un destacamento de policías de SP a San José Majomut el 21 de septiembre. Los agentes instalarían un campamento para proteger a los frentecardenistas para que tomaran posesión del paraje que colindaba con los primeros campamentos de refugiados instalados en Polhó”.

El 21 de septiembre, “con la promesa de apoyo policial, 30 hombres armados salieron de Los Chorros para tomar Majomut”. Y como se ve, el gobierno estatal no cumplió su promesa. “Sabía lo que iba a ocurrir pero no hizo nada. Este episodio confirma la política oficial de propiciar el enfrentamiento entre indígenas zapatistas, priístas y frentecardenistas para debilitar la organización del movimiento rebelde y justificar la ocupación militar de la región”, añade el reporte.

En tres camiones de tres toneladas, priístas y frentecardenistas armados pasaron por el camino llamando a otros, pero nadie se les unió. “Al mediodía arribaron al lugar y tomaron posiciones con sus armas, a la espera de la llegada de los policías. A las tres horas, como no llegó la SP, decidieron enfrentar a los zapatistas y tomar Majomut”.

Para situar al lector, cabe señalar que en ese lugar se encuentra una edificación de grandes proporciones, un beneficio de café, y es el acceso a un barrio entre cerros llamado Majomut; todo esto en las afueras de Polhó. En realidad, la famosa mina (hay otra más pequeña) se encuentra en el otro lado del cerro, sobre la carretera San Cristóbal de las Casas-Pantelhó. El barrio servía en esos momentos como refugio para decenas de familias desplazadas de sus comunidades debido a la violencia desatada en caminos, poblados y parajes por los paramilitares.

“En Polhó se sabía que en Los Chorros se preparaba un ataque”, prosigue el citado reporte. “Así que cuando los frentecardenistas y priístas armados avanzaron disparando, los zapatistas respondieron al fuego para defender a los refugiados. El saldo del enfrentamiento fueron varios heridos y cuatro muertos, dos priístas de Los Chorros, Joaquín Vásquez Pérez y Mariano Vásquez, y dos zapatistas, Antonio Pérez Castellanos y Agustín Luna Gómez. La Procuraduría General de Justicia estatal, como era su costumbre, sólo mencionó a los priístas fallecidos”.

De haber llegado, ¿qué hubiera hecho la policía de SP? El “hubiera” no existe, ya se sabe. Pero si en algo abunda la tentación de los “si hubiera” es en la ruta de acontecimientos anunciados que condujo al gobierno mexicano hasta el abismo de la matanza de Acteal.

Paramilitares a escena; falsedades del Libro blanco, la otra historia
“Sabemos que nos están apuntando, anden disparen, estamos sin armas”

El 26 de septiembre de 1997 La Jornada reportó el primer retorno de desplazados zapatistas y perredistas de Chenalhó; 5 mil indígenas se dirigieron a Polhó

Hermann Bellinghausen / VIII

El 23 de septiembre de 1997, un grupo de reporteros llegamos a Polhó, cabecera municipal de los autónomos zapatistas. Una comunidad de un millar de pobladores, a quienes se agregaban centenares de desplazados de todos los parajes donde la ley paramilitar quemaba casas, emboscaba y asesinaba a simpatizantes del EZLN y priístas por igual. A los segundos se les castigaba si no respaldaban la aventura armada de los ya entonces llamados paramilitares.

El panorama era desolador. No había nadie. Ni perros. Sólo pollos. Las casas estaban cerradas; las calles y edificios comunitarios, desiertos. Tras el ataque a Majomut por los priístas y frentecardenistas de Los Chorros, el día 21, ya ni siquiera Polhó era un lugar seguro. Al amanecer el 21, comunidades como Yibeljoj habían sido evacuadas; sólo permanecieron algunos hombres. Mujeres y niños, incluso priístas, buscaron refugio en las montañas. Sabían del ataque paramilitar.

El 26 de septiembre, La Jornada reportó el primer retorno de desplazados zapatistas y perredistas de Chenalhó, en una marcha de 5 mil indígenas y 70 camiones con destino a Polhó. El episodio fue relatado con falsedades e inexactitudes palmarias en el informe de la PGR llamado Libro blanco de Acteal (1998), y esa versión ha sido repetida de oficio por diversos autores que han querido contarnos “otra historia” de aquellos acontecimientos. El lector interesado puede comparar la versión oficial, o sus transcripciones posteriores, de Gustavo Hirales (1998) a Héctor Aguilar Camín (2007), con el relato presencial que a continuación se transcribe.

El fracotirador del tinaco: cazador cazado

La movilización de las bases de apoyo del EZLN, el día 25, fue pacífica. Había durado casi toda la jornada. Antes de las 17 horas llegó a Yabteclum. Un orador encapuchado arriba de una camioneta, señalando las laderas circundantes, dijo:

–Sabemos que nos están apuntando. Anden, disparen, aquí estamos, sin armas.

Empezaba el mitin de miles de zapatistas de 15 municipios en la cancha y plaza central del “pueblo viejo” de Chenalhó, cuya mayoría priísta expulsó meses atrás a los simpatizantes del EZLN. Una hora después, cuando el acto estaba por concluir, una veintena de zapatistas trepó a la azotea de la escuela con gran aspaviento. Corrieron al tinaco, lo escalaron y se metieron en él precipitadamente. Segundos después brotó un rifle Máuser, que fue pasado de mano en mano. La multitud se agitó, y más cuando sacaron del tinaco a un hombre que, de mano en mano, saltó al suelo, cayó como gato y echó a correr. Tras él salieron varios zapatistas. Del tinaco salió, por último, una caja llena de balas Remington 410.

Nada más sobrecogedor que una multitud airada. La ira se apoderó de todos al descubrir que todo ese tiempo los acechó un francotirador. Muchos decían haber visto gente armada en las casas de arriba, en las laderas. Las bases de apoyo del EZLN provenían de Pantelhó, Mitontic, San Juan Chamula, San Andrés Sakamchén, Zinacantán, San Juan de la Libertad, Bochil, Simojovel, Sitalá, Ixtapa, Tenejapa, San Juan Cancuc y Chenalhó. Habían salido de Tzabaló a la cabecera oficial. En la descubierta, el conductor del acto decía al megáfono:

–Somos misma carne, misma sangre, mismo pueblo. No venimos a lastimar a nadie. No queremos matarnos entre hermanos. Los hermanos priístas quemaron su casa de nuestros compañeros. Los hermanos priístas no entienden lo que pasa. Venimos a explicar.

En tzotzil, otro orador invita a la gente a unirse a la marcha, que a las 12 del día alcanza la plaza pedrana y se forma en caracol, dejando en el centro a los desplazados de Yabteclum, Los Chorros y otros poblados.

–Venimos a demostrarles que los compañeros zapatistas en el municipio no están solos. No queremos tomar venganza. Venimos a decirles de buena manera que entiendan. No traemos armas. Vamos a ir a entregar a sus comunidades a los compañeros perredistas y zapatistas que corrieron ustedes –dice el orador ante las oficinas del municipio oficial.

Los mensajes insisten en decir a los priístas: “Nuestro enemigo no son ustedes, sino el gobierno”. No faltan mueras e improperios contra el alcalde Jacinto Arias Cruz, los caciques, las guardias blancas y la policía; contra Zedillo, Ruiz Perro (los tzotziles pronuncian la letra F como P, pues en su lengua no existe el sonido fricativo) y contra el funcionario priísta Antonio Pérez Hernández, a quien acusan de armar las nuevas guardias blancas.

Los municipios rebeldes advirtieron en un comunicado: “Los compañeros desalojados van a regresar a sus comunidades. Nadie lo va a impedir”. El mitin terminó pacíficamente. La radio estatal, encadenada al noticiero de las 14:30, informaba del acto tal como queda dicho. Unos anuncios comerciales. Y entonces la voz de un locutor, distinto del que daba las noticias, relató una versión contrapuesta a la que se acababa de radiar, y totalmente falsa, según la cual “grupos de zapatistas habían ido a amenazar a la cabecera municipal armados de palos”, “encabezados por Alianza Cívica” (sic).

Horas más tarde, durante el juicio popular que se hizo al hombre del tinaco, éste confesaría que en Yabteclum se reunieron para esperar a los zapatistas y le indicaron ponerse donde se puso “porque pensaban que los zapatistas venían armados y enojados”.

A las 18 horas, los periodistas acaban de recorrer las casas destruidas y saqueadas de los desplazados. Ese horror de muebles rotos, ropa rasgada, robos, muñecas decapitadas, papeles quemados, mazorcas regadas. El mitin está por concluir cuando descubren al hombre del Máuser, José Pérez Gómez, a quien apodan El Morral, y a otros dos que al parecer lo intentaron defender. Pérez Gómez viene severamente golpeado. Sus captores lo arrastran entre la multitud que parece a punto de írsele encima. Lo suben a la camioneta que preside el mitin. Y el hombre golpeado, sin camisa, es objeto de una especie de juicio popular.

La gente de Yabteclum lo identifica con un grupo de cinco personas que introducen armas a la comunidad. Micrófono en mano, entre el tzotzil y el castellano, transcurre un interrogatorio urgente. El hombre del rifle, con voz doliente, va hilando:

–Fue un acuerdo de toda la comunidad. Lo estamos organizando todos.

–¿Para matar los zapatistas?

–Noombre, pensamos que son ustedes que van a venir a matarnos. Estábamos ahí, preparados.

–¿Cuántas armas hay?

–No sé. No hay armas. Puro .22 de un tiro.

Sorprende verlo entero y firme, en el predicamento en que está. Pérez Gómez, sofocado, aguantando el sollozo, casi de rodillas, dice que “el arma es de Chamula” y que no sabe esto, ni aquello.

–Di “que mueran los asesinos”.

–No hay asesinos.

Lo interrogan sobre quién asesinó a los zapatistas, quién quemó las casas, quién robó a los desplazados. “No sé, no sé”.

La multitud rodea la camioneta. Se aproximan los responsables de las regiones para decidir qué harán con el detenido. Las laderas empiezan a mostrar grupos inquietos de hombres que observan la escena. Finalmente, los zapatistas dejan ir a Pérez Gómez, “a que informe a sus compañeros”. Como por ensalmo, la multitud se desentiende de él, que baja de la caja de la camioneta y arrastra sus pasos hacia las casas más próximas. Se sienta en un escalón. Le duele el cuerpo. Nadie se le acerca. La multitud se dispersa rumbo a los camiones que conducirán la marcha a Polhó. El hombre se ha vuelto invisible.

Días de balas en Chenalhó


El 27 de septiembre, La Jornada describe “las aguas revueltas de Chenalhó”, donde “es abierta la existencia de grupos paramilitares auspiciados por la policía y el Ejército federal”. A la vez que aparecen armas en Santa Martha, Puebla se convierte en un campo de tiro, se expulsa a familias enteras por apoyar al municipio autónomo o no dar dinero para las obras de los priístas y la compra de balas. Cada día, la vida de las comunidades se descompone más.

Santa Martha está prácticamente incomunicado con la cabecera de Chenalhó, su salida natural es San Andrés. Allí, el fiel de la balanza es el gobernador tradicional. Y sobre él viene la presión. Un día llega un teniente del Ejército federal, oriundo de Zacatecas. Se presenta al gobernador y el maestro de la escuela. Los convence de que los zapatistas, abundantes en la comunidad, representan un peligro y hay que combatirlos.

Después, el gobernador se arrepiente. Le dan dolores de cabeza y lo aquejan dudas de conciencia. Como quiera, las armas ya llegaron, y de noche “brillan como plata” cuando se adiestra a los hombres. “Primero, instrucciones para el manejo de armas. Luego películas pornográficas. Para rematar, baile con mujeres en bikini. Terminan con ejercicios militares. Los hombres llegan muy tarde a sus casas”, revelan alarmadas las mujeres del pueblo.

Juegan intelectuales con concepciones distorsionadas de la masacre de Acteal

Juegan intelectuales con concepciones distorsionadas de la masacre de Acteal
Hermann Bellinghausen

La estrategia bélica tiene varios brazos armados que actúan en forma secuencial, dice
Pueblos de Chiapas enfrentan otra embestida contrainsurgente: Pietro Ameglio


El analista Pietro Ameglio sostiene que “en semanas recientes hemos visto abierto otro frente bélico nacional, desde el espacio intelectual académico, de ataques sin fundamento empírico real, a partir, sobre todo, de Nexos y Letras Libres, de libros y publicaciones que llegan a la inmoralidad de ‘jugar’ con interpretaciones distorsionadas de Acteal, la mayor masacre –todavía ampliamente impune– cometida por los gobiernos federal y estatal de las décadas recientes. De ese tamaño es su grado de inhumanidad y perversión”.

Investigador y pacifista, miembro de Latin American Council of Peace Reasearch (CLAIP) y Servicio Paz y Justicia (Serpaj), Ameglio reflexiona sobre la situación prevaleciente en muchas comunidades zapatistas de Chiapas y el avance de una nueva embestida contrainsurgente disfrazada de conflictos agrarios. A la luz de lo ocurrido en Chenalhó hace una década, expresa alarma por ese súbito “frente bélico” desde el espacio intelectual para distorsionar la memoria de Acteal, a la vez que se renuevan mecanismos similares a los aplicados entonces.

Llama la atención acerca de “la estrategia contrainsurgente hoy en Chiapas, articulada entre el Ejecutivo federal, las fuerzas armadas regulares e irregulares, el poder político y la policía estatal, con la complicidad de la ‘clase política local’ y nacional al servicio de los poderes económicos trasnacionales”.

Para el autor de Gandhi y la desobediencia civil, México hoy (2002), y miembro de la revista Ixtus, “la extrema gravedad de lo que se está implantando a marchas forzadas, hace posible una comparación con los ataques armados y legaloides contra los municipios autónomos y desplazados en 1998, cruelmente encabezados por Roberto Albores”.

Con base en estudios recientes, apunta: “Esta estrategia de guerra tiene varios brazos-tentáculos armados que actúan simultánea o secuencialmente, bajo mandos unificados entre lo político, lo judicial y lo jurídico, la organización social y las fuerzas armadas militares y paramilitares. Uno de los primeros objetivos, evidenciado desde las propias promesas de campaña electoral de los políticos de todos los partidos nacionales, es despojar a las bases de apoyo zapatistas de las tierras recuperadas a partir de 1994”.

¿Cuál es la “táctica bélica” usada para ello?: “Control e invasión paramilitar de las tierras, reorganización y multiplicación de las bases militares de la zona con fuerzas especiales federales de distinto tipo, creación de figuras jurídicas de propiedad de la tierra donde en grandes extensiones de hectáreas se ‘desaparece’ a las bases de apoyo allí asentadas por años, y se ‘legalizan’ esos territorios en propiedad de organizaciones sociales aliadas al gobierno y a los caciques, con estructuras paralelas paramilitares. O sea, primero se invaden paramilitarmente las tierras de las bases de apoyo y después se ‘titulan legalmente’ como ejidos en la Procuraduría Agraria estatal”.

El “ejemplo mayor”, señala, “está en la Organización para la Defensa de los Derechos Indígenas y Campesinos (Opddic), a la cual es obligatorio afiliarse, que recibe enormes fondos económicos públicos y controla con sus miembros incluso presidencias municipales, sobre todo en la zona norte y de las cañadas. Esta organización ha ido convirtiéndose en el ‘basurero’ donde se reciclan los miembros de otros grupos paramilitares anteriores, como Paz y Justicia y Máscara Roja”.

Como complemento, “el gobierno construye carreteras sin ninguna consulta comunitaria, se destruyen los sembradíos y se fracturan comunidades al servicio del Plan Puebla-Panamá y el turismo de gran escala, sin ningún beneficio social para los pueblos. Esta etapa de guerra muy agresiva mata, apresa y tortura, despoja de sus tierras y fuente de vida a indígenas zapatistas y de otros grupos afines; despoja a las comunidades de sus recursos naturales y fuente de sustento ancestrales para ‘regalarlos’ al capital trasnacional; polariza y fractura las relaciones comunitarias indígenas vigilando a la población autónoma y atacando a mano armada a una parte de ella; rediseña la geografía regional con construcciones del gran capital, carreteras y presencia militar”. El reciclamiento, en fin, de estrategias oficiales que se han visto en el pasado y ya se sabe a lo que pueden conducir.